martes, 22 de diciembre de 2009
Mason y Dixon, Thomas Pynchon
Alguien (yo sé quién) me recomendó a este autor entre otros muchos. En mi vida había oído su nombre: Thomas Pynchon. Compré un par de libros (esta vez no sé a quién le habían parecido los mejores, pero le hice caso): “El arco iris de gravedad” y “Mason y Dixon”. Empecé a leer el último y me trastornó tanto que todavía ahora, andando por la calle y sin ningún motivo, digo o mi boca pronuncia “Thomas Pynchon”, y me quedo o se queda tan pancha.
“Mason y Dixon” es una obra de arte tan grande que podría votarse para maravilla del mundo. El narrador principal es el reverendo Wicks Cherrycoke, un hombre que había compartido muchas horas con Mason y Dixon y que, al llegar tarde al funeral del primero, decide pasar unos días en casa de un familiar, de una hermana. Por alguna razón no es bien recibido y Cherrycoke empieza la historia para entretener a los niños, confiando en que esta difícil tarea disminuya la aspereza con que es recibido en esa casa. Parece funcionar, y lo que en principio se cuenta a los niños también lo escuchan los mayores que son, entre idas y venidas, los que acaban de escuchar todo el relato.
Las características del relato varían en función de quién lo está escuchando. En la primera parte, cuando Cherrycoke se dirige a los niños, los elementos fantásticos son más radicales, pero no nuevos. Hay, por ejemplo, un perro que habla. Leo que algunos se extrañan, como si no hubieran leído “Las mil y una noches” (este libro le rinde culto al que arma Sherezade). Cuando el auditorio aumenta su mirada se centra en un oyente más suspicaz y las paranoias se suceden. Las auroras boreales son maquinaciones jesuíticas para comunicarse con Roma (estamos en América), aparece el mito de la Tierra hueca (por extraño que parezca, hay todavía gente que cree en esto), la quimera cabalística del golem… Luego (o antes, ya no sé) un par de mujeres de la familia intervienen y el relato se pone un poco más dulce, o un poco más erótico… No sigas, llegan a decirle al reverendo, los niños todavía están delante, al menos uno. Otros personajes también nos dejan algunas páginas, como Lee Spark, o el propio autor.
La novela tiene dos partes y un epílogo. La primera parte ocupa unas 300 páginas y transcurre en Sudáfrica. En un artículo de El Cultural del año 2000 (http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/2312/Mason_y_Dixon), Jordi Fibla (que sabe mucho más que yo, y a quien agradezco infinitamente su Historia de Genji) cuenta que la escribe el peor Pynchon. La verdad es que siento no estar de acuerdo. En esta parte se fragua la compleja estructura de la novela, aquí están los cimientos de esta catedral de palabras que nos regala Pynchon. Además: Pynchon demuestra una increíble soltura irónica con la sociedad sudafricana de la época, y la cosa es difícil: cuando las novelas viajan al continente africano suelen patinar en este sentido (me acuerdo ahora de "Los detectives salvajes" de Bolaño).
Jordi Fibla tiene razón, a mi juicio, en destacar la diferencia entre ambas partes. Yo apuntaría que los cimientos de la catedral de Chartres no lucen como sus torres, pero las sostienen. Una vez sentí, al pie de esa misma catedral, la extraordinaria belleza de lo que no se ve, de esos cimientos. Y otra cosa: la novela le costó de construir a Pynchon un par de décadas, y ese desfase temporal se percibe claramente. La complejidad estructural de la primera parte se diluye bastante en la segunda, por esto la novela gana en claridad y el lector en soltura.
La segunda parte desembarca en una colonia inglesa a punto de ser EEUU. Sencillamente: Pynchon juega en casa. Qué poco queda en pie de la heroicidad de la independencia. Qué limpieza de mitos.
Thomas Pynchon apenas reserva lugar para las descripciones. Actos, diálogos y pensamientos conforman unos personajes de acuarela, cuya rara vitalidad raya la caricatura. No hay en estas 1000 páginas lugar para el descanso, todo bulle, todo salta, todo reverbera. Tanto exceso de movimiento maquina nuestro arrobo, nuestra perplejidad, nuestra rendición. La vida, cuando lee esta ficción, cobra complejo de poco, de piedra, de canto rodado.
La obra es, además, una especie de resumen enciclopédico de la Literatura. Pocas modas literarias no están en "Mason y Dixon". Hay muchos guiños que no son casualidad (a Kafka, a Joyce, a Cervantes, a "Las mil y una noches"… por decir algunos conocidos), pero es que, además, todo en esta obra suena a algo. Me callo las pequeñas referencias, porque igual diría alguna sandez, pero podría jugarme los décimos del Sorteo de Navidad, que empezará en unas horas.
El libro no es fácil de leer. Requiere cierto esfuerzo, cierto entrenamiento. En la Teoría de sistemas hay un teorema (no recuerdo el nombre ahora) que explica que frente a un sistema de complejidad creciente, los modelos que predigan el comportamiento de dicho sistema, si quieren tener éxito han de crecer en complejidad. Los grandes escritores, a su modo, son profetas, pero su tiempo suele ser el presente. No predicen lo que va a suceder, predicen (porque lo dicen antes que nadie) lo que está ocurriendo. Y lo que está ocurriendo no es sencillo de explicar. Pynchon está escribiendo acerca del siglo XVIII y está escribiendo en el XX. Basta decir que no pretende, bajo ningún concepto, escribir una novela histórica, aunque de rebote le salga algo parecido.
Algunos pasajes chispean de tal forma que la inteligencia del lector (al menos la mía) parece rebotar, como un diminuto rayo de luz, contra el interior de un cuerpo negro. Semejantes alardes de genialidad son raros en la Literatura, pero más raro es todavía que en esos vapuleos mentales a los que se somete al lector acaben transformándose en películas de lágrima y en irrepetibles éxtasis de placer. En esta especie de brainstorming uno da con “eso”.
Ninguna reseña puede abarcar este libro: yo, con todo lo que he escrito, apenas lo he tocado. Contiene horóscopos, el tránsito de Venus, locos jesuitas, indios, asesinos de indios, confabulaciones, asombrosos relojes, astrolabios, la aplicación del feng-shui a gran escala, pararrayos, marihuana, mediciones, noches en vela, fantasmas, esas semillas del totalitarismo que fueron las sociedades coloniales, la isla de Santa Helena…
Copio a continuación algunos momentos vibrantes:
“Estos tiempos son testigos de la corrupción e inhabilitación de la antigua magia. Promotores, intermediarios, aseguradores, buhoneros a escala global, empresarios y charlatanes, estos son los últimos pobres caídos e incompetentes herederos de un conocimiento que ya no se puede usar, salvo al servicio de la codicia. La próxima rebelión les pertenece a ellos, a Franklin y a esa gente, y que el cielo nos ayude a los demás si tienen éxito.”
“En esta época estas gentes creerán lo que gusten. Es por su fe en el ingenio mecánico, cuyos procedimientos serán siempre misteriosos para ellos.”
“Y es posible que los hombres de ciencia no sean más que simples instrumentos de los otros, y que no tengan más idea de lo que se proponen hacer que la idea que un martillo tiene de una casa.”
“El modelo en el que debemos inspirarnos es el del encarcelamiento. Los muros serán el futuro. Al contrario que los muros diseñados por el Anticristo chino, éstos seguirán líneas rectas. El mundo está cada vez más inquieto. Ya no se tiene fe en la autoridad sin coacciones, ya sea fe religiosa o seglar. ¡Qué pena! Si no podemos suscitar amor, aceptaremos la aquiescencia; si no podemos obtener aquiescencia, levantaremos muros. De la misma manera que un muro, proyectado sobre la superficie de la Tierra, se convierte en una línea recta, así descubriremos que, mediante la colocación de tales líneas, podemos dar forma a cuanto necesitemos, así sea la cabaña de un agricultor como una gran ciudad matriz…., reglas de precedencia, rutas de aproximación, líneas de avistamiento, flujos de poder…”
“El guerrero no debe elegir su camino a la ligera como elige una joven un vestido.”
“En última instancia la fe de un soldado debe descansar en la impureza de sus propios deseos. ¿Qué puede desear Hansel que Heinz, que va delante de él, y que Dieter, detrás, y el par de Fritz que van a cada lado, no hayan deseado ya, multiplicado por toda la tropa que se despliega por la planicie? Todos desean a la misma rubia que vive calle abajo, la misma jarra de cerveza, la misma bolsa de oro entregada por algún gnomo, sin haber hecho nada para ganarla. ¿Quién posee una originalidad inimitable? ¿Quién no es propiedad de alguien? ¿Qué importan los deseos de alguien si no tienen ninguna utilidad para la maniobra?, pues en ésta todo obedece a una sola cadencia y cada uno no entiende más de lo que debe.”
De Thomas Pynchon apenas se sabe nada: promueve, como Salinger, la mitomanía inversa. Thomas Pynchon, como nosotros, ni sabe de dónde viene ni sabe adónde va, pero nos ha dejado un libro que dará que hablar y que leer. A otros corresponderá la tarea de desentrañar todas las claves encerradas en estas 1000 páginas, muchas de las cuales Pynchon ignora. Pero en esto consiste el arte: en darlo todo, hasta lo que no se sabe.
Pago con el desbarajuste de este blog (y de algunas otras cosas) las lecturas de un libro impresionante. Bien está, con perdón de los asiduos visitantes. Felices Copenhagues, quiero decir, Navidades.
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4 comentarios:
Estoy leyéndome el libro, en parte gracias a tu blog. Tu post me parece muy elocuente y bien escrito y me parece increíble que, al menos en esta entrada, no haya comentarios. Ya sé que es lo de menos pero dicho queda.
Saludos.
Secundo cada una de tus palabras. Es uno de los mejores libros que he leído en mi vida, y vuelve simples otros que amaba.
Nunca leí a Pynchon y la mayoría me dice que es un autor muy difícil de leer. Aunque veo que genera sentimientos opuestos: O lo aman o lo odian.
Me recomiendan este libro para empezar con el autor?
Yo empecé leyendo a Pynchon por Vicio Propio, una especie de policial, un poco hippie, un poco desquiciado. Es bastante lineal, aunque no está lo mejor de Pynchon.
Yo empezaría por "La venta del lote 49" es corto y por momentos hay una prosa poética te va a permitir saber de que va este tipo, sin que tengas que esperar a leer 1000 páginas, antes de poder dar tu veredicto.
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