martes, 16 de marzo de 2010

El economista camuflado, Tim Hardford


“Hallarás la distancia que te separa de ellos, uniéndote a ellos”. Lo decía Porchia, ese hombre. Quizá el aforismo encierre una buena razón para leer libros del tipo best seller. Porque (y no me salgo del argentino) “las altura guían, pero en las alturas”. De todos modos, medir los abismos que descansan entre dos (o más) ilusiones es otro (más) de los saltos mortales a los que suele arriesgarse la especie humana.

Se quejaba Pessoa de la mala calidad literaria de los libros esotéricos (no señalo la cita porque dejé el libro (el del desasosiego)). La queja puede extenderse, sin que mengüe su espesor, a muchas áreas, y este libro está en alguna de ellas. Pero quién sabe… la traducción.

Otra cosa es lo que dice. Bastante peor, quiero decir. Expone la doctrina del liberalismo económico, que en realidad es el anarquismo del gran capital (Chesterton ya hablaba de estas cosas), pero lo hace de modo panfletario. A veces intuye que va demasiado lejos y se queda en el cuarto pino de su discurso natural. A veces intuye que va demasiado lejos pero no impide que sus elucubraciones condensen la sandez.

El libro, no digo que no, tiene su gracia. Su dosis de humor, quiero decir. Yo, por ejemplo, me he reído mucho. Porque en conjunto, para el avisado, no deja de ser una ironía. En el segundo párrafo de su introducción se lee:

“Éste es un libro acerca de cómo ven el mundo los economistas. De hecho, tal vez haya un economista cerca de ti en este momento. Tal vez no puedas distinguirlo, ya que una persona normal no notaría nada especial en un economista. Pero las personas normales sí resultan especiales a los ojos de los economistas. ¿Qué es lo que ve un economista? ¿Qué te diría él, si te tomaras la molestia de preguntarle? ¿Y por qué deberías hacerlo?”

Vale la pena leerlo más de una vez… El libro hubiera resultado más prometedor si el párrafo en cuestión dijera lo siguiente:

“Éste es un libro acerca de cómo ven el mundo los hombres. De hecho, tal vez haya un hombre cerca de ti en este momento. Tal vez no puedas distinguirlo, ya que una persona normal no notaría nada especial en un hombre. Pero las personas normales sí resultan especiales a los ojos de los hombres. ¿Qué es lo que ve un hombre? ¿Qué te diría él, si te tomaras la molestia de preguntarle? ¿Y por qué deberías hacerlo?”

De este modo se anulan las falacias, y no sólo eso.

Por otra parte, el error del subtítulo es de libro. “La economía de las pequeñas cosas”, dice. Quizá lo pequeño está de moda, quizá "pequeño" sea una palabra fetiche en el mundo de la mercadotecnia. Dicho subtítulo sólo vale, en este caso, para unas pocas páginas y para algunos comentarios perdidos en medio de palabras muy grandes y distantes (Camerún, China, OPEP, Taiwan, EEUU, OMS, EPA y otras similares).

David Ricardo, Arrow, Keynes, Shiller… desfilan por estas hojas a modo de homenaje y a modo de herramienta explicativa. Se pretende hacer ver que la globalización es un proceso inevitable (yo también lo creo) consecuencia del ideario del liberalismo. Hardford señala los peligros a los que se enfrenta la economía de mercado: el poder de la escasez, las externalidades (el calentamiento global, por ejemplo), y la información privilegiada. (Es decir aquello que hace peligrar la economía de mercado es lo mismo que la sostiene. Ésta es en realidad la clave de por qué el mundo es como es: soporta mejor las paradojas que las utopías.) Pero además el mercado debe ser libre, nos dice el autor, con lo cual el Estado debe limitarse a vigilar su inacción, a perderse en una catarsis globalmente reconfortante, a fabricarse un satori a la sombra de los tanques. (Esto, que ya está pasando, era de esperar: después de atentar contra Dios quién iba a ser el siguiente. El Estado, claro.) De este modo, los individuos sólo adquieren poder en tanto en cuanto son consumidores. Ahora el futuro ya no pasa por el oráculo de Delfos, puede atisbarse en una muestra representativa de alacenas.

Hay algunos argumentos que causan sonrojo. Los evitaré por educación al ocasional lector que descienda por estas líneas. Y poco más que decir, se me van las ganas.

El autor debe ser un tipo inteligente, con una educación esmerada y un trabajo bien remunerado en algún lugar de este planeta. Probablemente está contento de conocer lo que conoce y cree estar bien informado. Todo lo que sabe, sin embargo, lo sabe desde fuera. En ningún momento dudará de su propio nombre.

Como el mayordomo de La piedra lunar abro al azar mi Robinson Crusoe. Leo: “De este modo, el miedo borró toda esperanza religiosa; toda mi anterior confianza en Dios, fundada en la maravillosa prueba de su bondad, se desvanecía ahora, como si Él, que hasta entonces me había nutrido milagrosamente, no tuviese fuerzas para proteger los bienes que su bondad me había permitido poseer”.

(Ignoro cómo transmitirles mi sorpresa.)

No desaconsejaré la lectura de este libro. Muchos son los hombres que habitan en el mismo mundo que Tim Hardford. A ellos les valdrá para saber por dónde van los tiros en la mayoría de los países, y, en los demás, las pelotas de goma.