miércoles, 22 de abril de 2009

Gran tranquilidad, Yehuda Amijai


Terminé de leer este libro el 15 de abril del 2008. Todavía me ronda por la cabeza. Hoy que andaba por la casa resguardando del polvo a los libros (por reformas, albañiles el lunes y hasta el viernes desastre), no he podido dejar de releer algunos de estos poemas. Recuerdo que al leerlos tenía esa rara impresión de que estaba leyendo algo inolvidable. Ahora, tiempo después, esa cosa vaga se confirma. Hay versos que me vienen a la memoria justo antes de leerlos, y que yo no sabía que sabía. La fórmula de este maestro del verso, si es que esta frase es posible, no es otra que su sencillez: una suerte de desierto poético que de repente se llena de espejismos imprevisibles, o mejor, previsibles del todo. Porque este hombre tiene la virtud de sorprenderte al revés: te sorprende con lo que debieras haber esperado. Los poemas son de sintaxis liviana, apetecible. Algunos tienen forma de noticia, pero el sujeto al que se refieren resulta ser el alma. En algunos poemas se tiene la sensación de estar leyendo algo por encima del mundo, o con una dimensión de más. A veces es irónico, a veces casi cínico, pero siempre proverbial. Parece ser que el autor concedió entrevistas y creyó ser de este mundo. Sobra el elogio para algo tan bueno: quien lo haya leído o lo tenga entre manos sabrá cuánto pesa. Como en todos los buenos libros sale Dios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"todo buen libro no nombra a dios"