viernes, 21 de agosto de 2009

La madre, Pearl S. Buck



Si esta novela se publicara hoy por primera vez, es probable que la adornaran escuetas hipérboles como éstas: “Probablemente el mejor libro del año”, “El personaje principal se quedará en tus pupilas por mucho tiempo”. También otras, más vagas y difusas, pero que igualmente rozan una épica indigesta: “Este libro ha venido para quedarse”, “El necesario testimonio de una época”, “Un libro imprescindible en cualquier biblioteca”. Existen algunas todavía peores y que, además, no nos incumben: “El mejor libro que he leído en mucho tiempo”. Estas opiniones, que no pasan la barrera de lo tonto, se quedan abrazadas a los libros: en urgentes vitolas llamativas, o (y es horrible) en el material variable de la contraportada. Tal falta de prudencia se practica hoy sin el menor arrebol. En la mayoría de los casos proviene de la crítica de masas, y en el fondo no es más que simple publicidad. Si en publicidad se han disuelto las ancianas ideologías (la diferencia entre publicidad e ideología reside tan solo en el producto y en el énfasis), cómo iba a resistirse el acto humilde y solitario de la lectura.

Digo esto porque Pearl S. Buck era ya ganadora del Premio Pulitzer (debió haberlo sido un año antes), y porque consiguió un éxito de ventas considerable en sus primeros volúmenes. Publicó su primer libro con 38 años y, como se le dio tan bien, no pararía hasta el final. Su vida transcurrió entre Estados Unidos (país donde nació) y China (sus padres fueron misioneros).

La madre fue su sexto libro. Es una novela humilde: la arquitectura es sencilla, sus personajes no requerirían de nuestra atención de no ser por la mano maestra de esta mujer. Ocurre en algún lugar de China, ese vasto territorio que puede ser una metáfora del mundo. La autora lo sabe y evita, con sustancial acierto, los nombres propios. Los personajes son madres, hijos (mayores y menores), esposos, la doncella ciega…; los lugares son la ciudad, los campos, el pueblo, el santuario, una tumba.

La madre (la autora no despista) es el personaje principal. Sus sentimientos, sus preocupaciones, sus deseos, son hermanos de los nuestros, porque los comprendemos y los justificamos. “Algo se mueve”, decía Aristóteles como suma de todo su conocimiento. También en este libro algo se mueve: la compasión. La madre es abandonada con tres hijos, trabajará la tierra hasta que éstos puedan a su vez heredarla con su trabajo, casará a sus hijos y quedará en su casa hasta el día de su muerte. En medio está el amor, está la muerte, está la solidaridad de los luchadores, está el budismo, está la soledad, está el orgullo. Y la tragedia.

Pearl S. Buck no sólo nos regaló con ésta una buena novela, también dejó la huella de generaciones que, como nosotros, contemplaron las estrellas, y cuyos versos, muy lejos de inmortalizarse, sólo fueron sentimientos puntuales (cabe la posibilidad de que lo inmortal sean esos sentimientos puntuales y no los versos). No en vano fue una ferviente defensora de los Derechos Humanos y una delatora de la injusticia de la que tantas veces fue testigo.

La injusticia sale en el libro. Cito: “¿No sirven las penas para expiar? ¡Ay! He estado muy llena de penas toda mi vida, y siempre he sido pobre. Pero los dioses no conocen la justicia.” Los griegos conocieron la idea de la no intervención divina en el mundo, y esa idea, de ser cierta, anularía el final de la queja. Por otro lado: Teresa de Calcuta se mostraba dispuesta a engrosar las filas de cualquier manifestación a favor de la paz, pero se negaba a acudir a manifestaciones en contra de la guerra. Esta actitud proviene de una frase de Jesús de Nazareth, que se recoge en Mateo (por lo menos) y reza: “No resistas al mal”. Esta frase, luminosa como pocas, cabreaba mucho a Nietzsche y nunca quiso entenderla. Es comprensible que así sea, ya que anula uno de los primeros peldaños de su pensamiento, que es Schopenhauer. Aunque con algunos altibajos la madre sigue ese consejo, no por propia voluntad, sino como la inmensa mayoría: porque no le queda otro remedio. Tiene su explicación, pues como nos dice más tarde:

Cuando una sacerdotisa me gritaba que tenía que aprender el camino del cielo, estaba yo demasiado ocupada con los hijos pequeños, y ahora, cuando vienen a decirme que debo aprender el camino del cielo, soy demasiado vieja ya y habrán de aceptarme en el cielo tal como soy o pasarse sin mí”.

El pasaje es memorable, y esta vez acierta de pleno. No es el único: en las vidas sencillas y monótonas subsisten las mismas verdades que en los más altos palacios.

Citaré unas últimas palabras: “Nunca temo morir en verano, hija! ¡El sol es como sangre nueva y nuevos huesos para una vieja seca como yo”. Una frase así, puesta convenientemente sobre un libro, me intrigaría lo suficiente como para comprarlo.

3 comentarios:

Admiradora de Pearl S.B. dijo...

Es sin duda uno de los mejores libros que he leído, en cuanto lo empecé no pude alejarme de La Madre (personaje principal), te lleva a vivir la vida de esta mujer trabajadora y abandonada por su esposo y golpeada en lo más profundo de su ser al volverse a enamorar. Una historia realmente conmovedora.

Admiradora de Pearl S.B. dijo...

Es sin duda uno de los mejores libros que he leído, en cuanto lo empecé no pude alejarme de La Madre (personaje principal), te lleva a vivir la vida de esta mujer trabajadora y abandonada por su esposo y golpeada en lo más profundo de su ser al volverse a enamorar. Una historia realmente conmovedora.

ana dijo...

Será mi próxima lectura.