martes, 16 de junio de 2009

El péndulo de Foucault, Umberto Eco


Este libro se publicó en 1988, y fue uno de los títulos editoriales más esperados de aquel año. Lo compré entonces, o casi entonces, pero yo tenía 10 años y no llegué a acabarlo. Me quedé ahí, a 150 páginas de finalizar la cuarta edición de P-J. No entendí demasiado y me cansé.

El inteligente Umberto había publicado unos años antes El nombre de la rosa, que es una novela con mil sentidos y que a la gente le encantó. Esa novela tenía la virtud de convertir al lector en una especie de policia doctorado en Filología Clásica e Historia Medieval. Uno cerraba el libro y el mundo (¡carajo!) acababa cubierto de significados impensables unas horas antes. De pronto se veía distinta la puesta de sol, la calle ensombrecida con los pocos caminantes de la tarde, la tortilla de patatas. Esa fue la ilusión que debió de gustar a la gente. Tan habituados a la rutina, de pronto tenían acceso a una cultura vastísima que, vaga suposición, creían entender. Umberto Eco repite fórmula en este libro (incluye una cita en hebreo), pero sólo hasta cierto punto. Quiero decir: al final (lo que yo no leí entonces) desmiente la fórmula.

Casaubon (narrador), Diotavelli y Belbo son los tres principales del libro. El primero realiza una tesis doctoral sobre los templarios y durante ese proceso conoce a los otros dos. Luego vive en Brasil, se enamora, pierde a su enamorada y regresa a Italia. Cuando vuelve acaba trabajando con Diotavelli y Belbo en la editorial Garamond. Esta editorial se plantea lanzar una colección de libros esotéricos. Y ahí está la cosa.

Entre los tres acaban elaborando una especie de trama o de plan que incluye toda (casi) la literatura esotérica: templarios, rosacruces, asesinos (los de Alamut), bogomilos, jesuitas, paulicianos, anabaptistas, nazis, cabalistas, cátaros, masones… La trama que elaboran no tiene apenas seriedad, incluso se utilizan métodos aleatorios (se recurre a un computador llamado Abulafia, como el cabalista ibérico que creyó ser el Mesías) para completar secuencias dudosas, pero ellos mismos son los primeros que pierden esa noción de juego. Finalmente esa trama inventada llega a ponerles en serios apuros.

Este libro no la ha concebido un escritor normal, en realidad sólo Umberto Eco podría haberlo escrito. La composición es compleja: comprende 120 capítulos que se reparten de forma poco igualitaria en 10 partes. Estas partes tienen los nombres de las sefiroth del Árbol de la Vida de la Cábala en posición descendente. Cada capítulo (algunos brevísimos), está precedido, por regla general, por una cita de libros ocultistas. Pero también están Bruno y Lucrecio. Hay una que no tiene desperdicio: “Tiene la locura un inmenso pabellón donde a gente de todas partes da pensión, sobre todo si tiene oro y poder a discreción”. La frase, de graciosa traducción, es de un tal Brandt, y vale como resumen de la intención de Eco.

Muchos ven en este libro una crítica al esoterismo, a la forma con la que se elabora esa física de la metafísica. Es así. Hay elementos de humor que ridiculizan las ciencias ocultas, si bien es un humor no exento de tristeza y puntual. A mí me parece, además, una revisión del mito de la Torre de Babel que se narra en el Génesis, ese complejo libro que parece estar pasando siempre. Llegar a los cielos, hacerse con el verdadero sentido de la existencia, se supone que da un poder definitivo. Por lo tanto es codiciado por el poder, que es un retroalimentado Midas sin lección. Bien.

“¿Conclusión? Irreal planteamiento” (César Simón). No hay rito más iniciático que la propia vida. Ir más allá de la existencia es no sólo perderse la existencia, sino entablar amistad con los dudosos mundos del vacío. En la comprensión y experiencia de la vida todos somos iguales, aunque a unos interesará más y a otros menos. Un millonario no sabe más que la última renta de Zimbabwe. Lamentablemente para algunos millonarios y para algunos locos esto es una tremenda injusticia. Allá ellos.

Las páginas del final son sin duda las mejores, ya libres de tanta escatología y tanto premeditado absurdo. La trágica situación del personaje facilita el fraseo de verdades encadenadas: “Comprender todo cuando ya no hay nada que comprender”. Esto pasaría por un postulado de la mística.

Apunto una idea que no suele verse por ahí pero que Umberto Eco sabe que es importante. Yo la llamo (para mi uso personal, aunque quizá tenga otro nombre) la ley del precedente. Hace referencia a nuestra responsabilidad a la hora de obrar, de actuar, de decir. No es una responsabilidad personal, sino de especie. Valga esta cita del libro para indicarla: “La gente está sedienta de planes, si le ofreces uno se arroja sobre él como una manada de lobos. Tú inventas y ellos creen. No hay que crear más imaginario del que hay”.

No puedo olvidarme de una última cita que Umberto Eco atribuye, con interrogantes, a Chesterton: "Desde que los hombres han dejado de creer en Dios, no es que no crean en nada, creen en todo". Yo le quitaría los interrogantes.

3 comentarios:

milaveia@hotmail.com dijo...

Creo que me lo voy a leer este verano, después de acabar El Nombre de la Rosa que acabé el verano pasado. Me ha llamado la atención la forma de hacer referencia al Arbol de la Vida y me gustan tus cometnarios acrca de las citas.

Un abrazo.

a.a. dijo...

Gracias, Mila. Ya hablaremos de ello espero que pronto. No todas las cosas que pienso pueden decirse, porque entonces uno no acabaría nunca. Este libro me parece mejor que el nombre de la rosa (aunque no literariamente). Celebro que quieras leerlo. Un abrazo.

Xavier Cunyat dijo...

Jo vaig plorar amb aquest llibre